“La estrella de los Cheroquíes” Forrest Carter (1976)
La ascendencia cheroquí de Forrest
Carter ha sido determinante en su literatura, que constituye un
testimonio novelado de la vida de los indios americanos,
especialmente a partir del momento en que la irrupción del hombre
blanco en sus tierras provoca el choque de dos culturas y la
adaptación progresiva del pueblo dominado a las reglas del pueblo
dominador.
Todo ello desde la perspectiva de un
autor en el que ambos pueblos se cruzan.
Sus novelas surgen de un fondo
autobiográfico y se completan con testimonios e informaciones que
Carter extrajo tanto de su familia y amigos indios como de una amplia
documentación acerca de los diferentes pueblos que habitaban el
sudoeste de Estados Unidos.
Este libro, del que también se ha
realizado una
película,
cuenta la infancia del propio autor que, al quedar huérfano a los
cinco años, se fue a vivir a una cabaña en las montañas de
Tennessee con sus abuelos indios.
El protagonista, Pequeño Árbol,
crecerá en el respeto a la tierra, de la cual aprenderá a tomar
sólo lo que necesite, y la tierra le mostrará su fuerza y su
magnanimidad. Aprenderá a trabajar con sus manos y a respetar ese
trabajo. Así mismo, conocerá de labios de sus abuelos la verdadera
historia de sus antepasados y la guardará dentro de sí como una
herencia y una lección de dignidad y valor.
A través de la elaboración literaria
de sus recuerdos de infancia, Forrest Carter vierte en este relato
una visión del mundo basada en el respeto a la naturaleza y a las
personas; el amor desinteresado y la sabiduría que emana de una
tradición y un pasado sin los cuales no es posible edificar el
futuro en paz. Al mismo tiempo se verá confrontado con el mundo de
los blancos, del que también forma parte y que le mostrará su
hipocresía y su brutalidad. Ante los ojos del niño, que crece como
un indio en un mundo de blancos y por cuyas venas corre sangre de los
dos pueblos, desfilan las contradicciones y los contrastes de dos
formas opuestas de entender la vida.
Las vivencias que refleja la novela
ponen de manifiesto la forma en que dejamos que se pierdan saberes
esenciales por esa especie de soberbia de lo nuevo...
Algunos párrafos que muestran lo
dicho:
...Es La Ley... Coge sólo lo que
necesites. ...Sólo la abeja almacena más de lo que puede
aprovechar... y por eso los osos, los mapaches... y los cheroquíes
le roban. Otro tanto ocurre con la gente que acumula y atesora más
de lo que le hace falta. Les será arrebatado. Y habrá guerras por
este asunto... y tendrán largas conversaciones para tratar de
conservar más de los que les corresponde. Afirmarán que una bandera
les da derecho a hacerlo... y los hombres morirán a causa de las
palabras y de la bandera... pero no cambiarán las reglas de La Ley.
...Para los abuelos amor y
comprensión eran la misma cosa. Abuela aseguraba que era imposible
amar lo que no entendías, que no podías amar a las personas... si
no las entendías.
...Los abuelos querían que yo
conociese el pasado porque “si no conoces el pasado, no tienes
futuro. Si no sabes dónde ha estado tu pueblo, tampoco sabes adónde
va”.
...Ya no tengo mucho que
enseñarte... sólo que tenemos que saber extender nuestra mano para
estrechar la de otro ser humano con la misma rapidez con la que
defendemos nuestras convicciones.
...En invierno cargábamos hojas y
las llevábamos al maizal. ...Nunca trabajábamos tanto como para que
la faena resultara pesada.
...Abuela encontraba una raíz
amarilla y la desenterraba... Conocía todas las plantas y tenía un
remedio para todos los males de los que yo había oído hablar.
...Abuelo y yo solíamos recoger
nueces y castañas... No es que fuéramos a buscarlas expresamente,
simplemente aparecían. Y así, entre el tiempo que perdíamos
comiendo, recogiendo nueces y raíces y observando a algún mapache o
a algún pájaro carpintero, al final no recogíamos casi hojas.
Al atardecer, cuando bajábamos por
la hondonada cargados de nueces, raíces y otras hierbas, Abuelo
maldecía en voz baja, aprovechando que Abuela no podía oírlo, y
aseguraba que la próxima vez no permitiría que “nos largáramos”
a hacer tonterías, que la próxima vez dedicaríamos todo el tiempo
a recoger hojas. A mí aquello me sonaba terrible, pero nunca
ocurría.
...Abuela me dijo que había hecho
bien, pues cuando te topas con algo bueno, lo primero que tienes que
hacer es compartirlo con todas las personas que encuentres; de esta
forma, la bondad se extiende hasta donde las palabras no llegan. Eso
es bueno.
...- Verás, Pequeño Árbol, la
mejor manera de enseñarte es dejar que te equivoques. Si te hubiese
impedido comprar el ternero, habrías pensado que debías tenerlo. Si
te hubiera dicho que lo comprases, me habrías hecho responsable de
su muerte. Tienes que aprender a medida que creces.
...Algunos decían que había
depresión y que la gente de Nueva York estaba llena de personas que
no tenían tierra suficiente para ganarse la vida y que probablemente
la mitad había enloquecido por vivir de esa manera; eso explicaba
que se pegaran un tiro y se arrojaran por las ventanas.
...A veces a finales de marzo,
después de la aparición de las violetas indias, subíamos a la
montaña para recogerlas y aquel viento helado cambiaba un instante:
te acariciaba el rostro con la suavidad de una pluma. Traía olor a
tierra y sabías que la primavera estaba al caer.
Al día siguiente o al otro (y ya
empezabas a asomar la cara para percibirlo) volvías a recibir una
suave caricia. Duraba un poquitín más y era más dulce y fragante.
...En cierta ocasión el Abuelo hizo
una silla con patas de nogal y con asiento de tiras de piel de venado
para una familia que había perdido los muebles a causa de un
incendio. Abuelo hizo un aparte con el hombre en el patio de la
iglesia, le entregó la silla y dedicó un buen rato a explicarle
cómo hacerla.
Opinaba que enseñarle a alguien a
hacer algo es mucho mejor que dárselo. Consideraba que si enseñabas
a un hombre a valerse por sus propios medios, podía arreglarse; pero
si te limitabas a darle algo y no le enseñabas nada, al final
acababas pasándote la vida dándole cosas. Abuelo insistía en que
no le hacías ningún favor, pues si ese hombre acababa dependiendo
de ti, era como si le quitases su personalidad y se sentía
despojado.
Abuelo decía que a algunas personas
les gustaba dar continuamente porque se creían superiores a las
personas a las que daban...
...Abuelo insistía en que, dada la
naturaleza humana, algunos individuos descubrían que a ciertos
hombres les gustaba sentirse superiores. Se volvían seres tan
lamentables que acababan por arrastrarse como perros ante cualquiera
que tuviera dinero...
...Abuelo añadió que algunas
naciones también se creían superiores y daban y daban porque se
creían importantes. Pero en realidad, si tuvieran el corazón en su
sitio, habrían enseñado a la gente a la que daban a hacer las cosas
por si mismos. Pero esas naciones no lo hacían porque entonces esas
personas no dependerían de ellas, que era, precisamente, lo que les
interesaba.
...Abuelo y yo no sabíamos nada de
la Biblia. Sospecho que nos confundíamos con las diversas técnicas
para ir al cielo. Con nuestro saber técnico, llegamos a la
conclusión de que no teníamos nada que hacer, pues nunca
conseguimos seguir estos razonamientos y encontrarles sentido.
En cuanto renuncias a algo, te
conviertes en una especie de observador. Abuelo y yo éramos
observadores de la religión técnica y no experimentábamos la menor
ansiedad porque habíamos renunciado a ella.
...Aseguró que una cosa era ser
tacaño y otra muy distinta ahorrador. Si eras tacaño, te convertías
en una persona tan mala como esos peces gordos que idolatraban el
dinero y no lo utilizaban para lo que era necesario. Si eras así el
dinero se convertía en tu dios, pero no obtenías nada bueno.
Añadió que si eras ahorrador,
empleabas el dinero en lo que era necesario y no lo malgastabas...
Cuando todo un pueblo derrochaba,
los políticos se ocupaban de hacerse con el mando. Se apoderaban de
los despilfarradores y poco después aparecía un dictador.