miércoles, 18 de noviembre de 2015

Todas las palabras que no me han dicho

Acabo de leer un pequeño libro, delicioso y divertido, una mezcla perfecta.
Todas las palabras que no me han dicho, de Véronique Poulain. Traducción de Noemí Sobregués.

Se resume en pocas palabras: las distintas fases por las que pasa una hija oyente de padres sordos.
No deja de sorprender el tremendo desconocimiento e incomodidad social en la que nos movemos ante una diferencia demasiado invisibilizada y la gravedad de la discriminación, no solo social sino también educativa, a la que estaban relegadas las personas sordas hace tan solo unos años.
Pero la capacidad de la autora para reirse de todo, incluída ella misma, convierte la lectura en una experiencia sencilla, divertida y muy entrañable.

“...Por la noche nunca lloro. No sirve de nada. De todas formas, no me oyen.”

“...Así, paso de una planta a la otra y de un estado al otro en un chasquido de dedos.
En el tercero, con mis abuelos, oigo y hablo. Mucho. Muy bien.
En el segundo, con mis padres, soy sorda. Me expreso con las manos.”

“Mis abuelos maternos son mis ídolos...
...Sin embargo, son estos mismos abuelos, que me quieren, los que en mis primeras relaciones sentimentales me repiten que tengo que tener cuidado, porque, con la discapacidad de mis padres, ¿quién va a querer tener un hijo conmigo?...”

“Pero ¿cómo lo haces para hablar con tus padres?
No puedo más. Estoy harta de contarlo.
Ève, más conciliadora, explica que les habla con las manos.
Pero sus compañeras no la creen y la llaman mentirosa. Así que se lo inventa.
Guy, su padre, es dibujante. Le ha hecho un maletín de minúsculas banderas de todos los colores, y para que Ève consiga que su padre la entienda, saca la que necesita... La historia circula por la escuela y pica la curiosidad de la maestra. Le pide a Ève que lleve su maletín con las banderitas para hacer una exposición en clase sobre cómo los sordos se comunican con sus hijos.
Ève, que no sabe cómo arreglárselas con su mentira, explica que hay tantas banderas que el maletín se ha convertido en un enorme baúl que no se puede transportar, pero promete volver el lunes siguiente con un dibujo que lo explique. Esa misma tarde cuenta su problema a su padre, y Guy, divertido, se pasa el fin de semana dibujando un cómic que trata de su vida cotidiana.
Cuanto más grande es la mentira, mejor se la tragan.”

“Los sordos se sienten muy cómodos con su cuerpo. Su cuerpo es su lenguaje y expresa todos sus deseos. Muy claramente.
Su relación con el sexo es instintiva, animal y sobre todo natural.
No les molesta hablar de sexo.
En este tema no hay nada de intelectual. Los gestos a que recurren, las mímicas que hacen y los movimientos corporales que los acompañan son extremadamente gráficos. Instintivos y viscerales para ellos, pero inconvenientes para nosotros.
...Su crudeza hiere a los que no son sordos porque estos gestos anodinos para los sordos son los mismos que hacemos nosotros cuando queremos ser groseros, y nos escondemos para hacerlos. Cuestión de cultura.”
“A mi madre le encanta contarme cosas de su sexualidad. Con una precisión ginecológica, casi quirúrgica. E insoportables de escuchar para mí, su hija.
...Cuando le pido que no entre en detalles: “Por favor, mamá, yo tu hija...”, ella me contesta: “Ay, no grave. ¡Sexo como vida!”.

“...¿Si tuviera que volver a vivirlo?
Los he adorado.
Los he odiado.
Los he rechazado.
Los he admirado.
Me he avergonzado.
He querido protegerlos.
Me he aburrido.
Me he sentido culpable.
Durante mucho tiempo existió el sueño del padre que habla y dice cosas.
Hoy ya no.
Hoy estoy orgullosa.
Los reivindico.
Sobre todo, les quiero.
Quiero que lo sepan.”