domingo, 5 de abril de 2015

La estrella de los cheroquíes

La estrella de los Cheroquíes” Forrest Carter (1976)

La ascendencia cheroquí de Forrest Carter ha sido determinante en su literatura, que constituye un testimonio novelado de la vida de los indios americanos, especialmente a partir del momento en que la irrupción del hombre blanco en sus tierras provoca el choque de dos culturas y la adaptación progresiva del pueblo dominado a las reglas del pueblo dominador.
Todo ello desde la perspectiva de un autor en el que ambos pueblos se cruzan.
Sus novelas surgen de un fondo autobiográfico y se completan con testimonios e informaciones que Carter extrajo tanto de su familia y amigos indios como de una amplia documentación acerca de los diferentes pueblos que habitaban el sudoeste de Estados Unidos.

Este libro, del que también se ha realizado una película, cuenta la infancia del propio autor que, al quedar huérfano a los cinco años, se fue a vivir a una cabaña en las montañas de Tennessee con sus abuelos indios.
El protagonista, Pequeño Árbol, crecerá en el respeto a la tierra, de la cual aprenderá a tomar sólo lo que necesite, y la tierra le mostrará su fuerza y su magnanimidad. Aprenderá a trabajar con sus manos y a respetar ese trabajo. Así mismo, conocerá de labios de sus abuelos la verdadera historia de sus antepasados y la guardará dentro de sí como una herencia y una lección de dignidad y valor.

A través de la elaboración literaria de sus recuerdos de infancia, Forrest Carter vierte en este relato una visión del mundo basada en el respeto a la naturaleza y a las personas; el amor desinteresado y la sabiduría que emana de una tradición y un pasado sin los cuales no es posible edificar el futuro en paz. Al mismo tiempo se verá confrontado con el mundo de los blancos, del que también forma parte y que le mostrará su hipocresía y su brutalidad. Ante los ojos del niño, que crece como un indio en un mundo de blancos y por cuyas venas corre sangre de los dos pueblos, desfilan las contradicciones y los contrastes de dos formas opuestas de entender la vida.

Las vivencias que refleja la novela ponen de manifiesto la forma en que dejamos que se pierdan saberes esenciales por esa especie de soberbia de lo nuevo...

Algunos párrafos que muestran lo dicho:
...Es La Ley... Coge sólo lo que necesites. ...Sólo la abeja almacena más de lo que puede aprovechar... y por eso los osos, los mapaches... y los cheroquíes le roban. Otro tanto ocurre con la gente que acumula y atesora más de lo que le hace falta. Les será arrebatado. Y habrá guerras por este asunto... y tendrán largas conversaciones para tratar de conservar más de los que les corresponde. Afirmarán que una bandera les da derecho a hacerlo... y los hombres morirán a causa de las palabras y de la bandera... pero no cambiarán las reglas de La Ley.
...Para los abuelos amor y comprensión eran la misma cosa. Abuela aseguraba que era imposible amar lo que no entendías, que no podías amar a las personas... si no las entendías.
...Los abuelos querían que yo conociese el pasado porque “si no conoces el pasado, no tienes futuro. Si no sabes dónde ha estado tu pueblo, tampoco sabes adónde va”.
...Ya no tengo mucho que enseñarte... sólo que tenemos que saber extender nuestra mano para estrechar la de otro ser humano con la misma rapidez con la que defendemos nuestras convicciones.
...En invierno cargábamos hojas y las llevábamos al maizal. ...Nunca trabajábamos tanto como para que la faena resultara pesada.
...Abuela encontraba una raíz amarilla y la desenterraba... Conocía todas las plantas y tenía un remedio para todos los males de los que yo había oído hablar.
...Abuelo y yo solíamos recoger nueces y castañas... No es que fuéramos a buscarlas expresamente, simplemente aparecían. Y así, entre el tiempo que perdíamos comiendo, recogiendo nueces y raíces y observando a algún mapache o a algún pájaro carpintero, al final no recogíamos casi hojas.
Al atardecer, cuando bajábamos por la hondonada cargados de nueces, raíces y otras hierbas, Abuelo maldecía en voz baja, aprovechando que Abuela no podía oírlo, y aseguraba que la próxima vez no permitiría que “nos largáramos” a hacer tonterías, que la próxima vez dedicaríamos todo el tiempo a recoger hojas. A mí aquello me sonaba terrible, pero nunca ocurría.
...Abuela me dijo que había hecho bien, pues cuando te topas con algo bueno, lo primero que tienes que hacer es compartirlo con todas las personas que encuentres; de esta forma, la bondad se extiende hasta donde las palabras no llegan. Eso es bueno.
...- Verás, Pequeño Árbol, la mejor manera de enseñarte es dejar que te equivoques. Si te hubiese impedido comprar el ternero, habrías pensado que debías tenerlo. Si te hubiera dicho que lo comprases, me habrías hecho responsable de su muerte. Tienes que aprender a medida que creces.
...Algunos decían que había depresión y que la gente de Nueva York estaba llena de personas que no tenían tierra suficiente para ganarse la vida y que probablemente la mitad había enloquecido por vivir de esa manera; eso explicaba que se pegaran un tiro y se arrojaran por las ventanas.
...A veces a finales de marzo, después de la aparición de las violetas indias, subíamos a la montaña para recogerlas y aquel viento helado cambiaba un instante: te acariciaba el rostro con la suavidad de una pluma. Traía olor a tierra y sabías que la primavera estaba al caer.
Al día siguiente o al otro (y ya empezabas a asomar la cara para percibirlo) volvías a recibir una suave caricia. Duraba un poquitín más y era más dulce y fragante.
...En cierta ocasión el Abuelo hizo una silla con patas de nogal y con asiento de tiras de piel de venado para una familia que había perdido los muebles a causa de un incendio. Abuelo hizo un aparte con el hombre en el patio de la iglesia, le entregó la silla y dedicó un buen rato a explicarle cómo hacerla.
Opinaba que enseñarle a alguien a hacer algo es mucho mejor que dárselo. Consideraba que si enseñabas a un hombre a valerse por sus propios medios, podía arreglarse; pero si te limitabas a darle algo y no le enseñabas nada, al final acababas pasándote la vida dándole cosas. Abuelo insistía en que no le hacías ningún favor, pues si ese hombre acababa dependiendo de ti, era como si le quitases su personalidad y se sentía despojado.
Abuelo decía que a algunas personas les gustaba dar continuamente porque se creían superiores a las personas a las que daban...
...Abuelo insistía en que, dada la naturaleza humana, algunos individuos descubrían que a ciertos hombres les gustaba sentirse superiores. Se volvían seres tan lamentables que acababan por arrastrarse como perros ante cualquiera que tuviera dinero...
...Abuelo añadió que algunas naciones también se creían superiores y daban y daban porque se creían importantes. Pero en realidad, si tuvieran el corazón en su sitio, habrían enseñado a la gente a la que daban a hacer las cosas por si mismos. Pero esas naciones no lo hacían porque entonces esas personas no dependerían de ellas, que era, precisamente, lo que les interesaba.
...Abuelo y yo no sabíamos nada de la Biblia. Sospecho que nos confundíamos con las diversas técnicas para ir al cielo. Con nuestro saber técnico, llegamos a la conclusión de que no teníamos nada que hacer, pues nunca conseguimos seguir estos razonamientos y encontrarles sentido.
En cuanto renuncias a algo, te conviertes en una especie de observador. Abuelo y yo éramos observadores de la religión técnica y no experimentábamos la menor ansiedad porque habíamos renunciado a ella.
...Aseguró que una cosa era ser tacaño y otra muy distinta ahorrador. Si eras tacaño, te convertías en una persona tan mala como esos peces gordos que idolatraban el dinero y no lo utilizaban para lo que era necesario. Si eras así el dinero se convertía en tu dios, pero no obtenías nada bueno.
Añadió que si eras ahorrador, empleabas el dinero en lo que era necesario y no lo malgastabas...
Cuando todo un pueblo derrochaba, los políticos se ocupaban de hacerse con el mando. Se apoderaban de los despilfarradores y poco después aparecía un dictador.