jueves, 18 de octubre de 2012

The Fun Theory (a imaxinación ao poder!)


A imaxinación para facer as cousas divertidas e participativas ten moita máis forza que calquera recomendación ou slogan.
Isto é do que fala esta páxina

Mirade este exemplo. As recomendacións sobre facer exercicio no noso día a día, por exemplo subir escaleiras en vez de coller un ascensor, como medida boa para a saúde, non adoitan funcionar ...pero isto si!!!!!!!!

martes, 9 de octubre de 2012

Las uvas de la ira



John Steinbeck escribió, ya en 1962, esta lúcida descripción de un crimen que no tiene nombre, como indica la última frase que recojo. Lo que da escalofríos es que siga teniendo tantos paralelismos con la actualidad.

(pag. 294):
“...las cosechas se calculaban en dólares; la tierra fue valorizada mediante la plusvalía, las cosechas compradas y vendidas antes de ser plantadas. Y entonces una mala cosecha, una sequía o una inundación, ya no fueron pequeñas muertes en vida, sino simples perdidas de dinero. Y todo su amor se fue empequeñeciendo merced al dinero, y toda su energía se perdió con los cálculos de intereses, hasta que ya no fueron agricultores, sino pequeños mercaderes de cosechas, pequeños fabricantes que tenían que vender antes de producir. Y, entonces, aquellos agricultores que no eran buenos mercaderes perdieron su tierra, que pasó a los buenos comerciantes. No importa cuán inteligente, cuán amante fuese un hombre de la tierra y de las cosas susceptibles de crecimiento natural; no podía sobrevivir si no era también buen comerciante. Y al correr del tiempo las tierras las poseyeron los hombres de negocios, y las haciendas crecieron en extensión pero disminuyeron en número.
La agricultura pasó a ser industria y los propietarios siguieron el ejemplo de Roma, aunque sin enterarse. Importaron esclavos aun cuando no los llamaron esclavos; chinos, japoneses, mejicanos, filipinos. Viven sólo de arroz y fréjoles, dijeron los hombres de negocios. No necesitan mucho. No sabrían qué hacer con un buen salario. Pero mire cómo viven. Pero mire lo que comen. Y si se portan mal, depórtenlos.
Y todo el tiempo las haciendas fueron creciendo, y disminuyendo los propietarios...
Y cambiaron las plantaciones. Los árboles frutales ocuparon el lugar de los trigales, y se extendieron por doquier los vegetales que alimentarían al mundo: lechuga, coliflor, alcachofa, patatas..., plantas que crecen a ras de suelo. Un hombre puede erguirse para mandar una guadaña, un arado, un rastrillo; pero ha de arrastrarse como un chinche entre las hileras de algodón, debe arrodillarse como un penitente en un sendero de alcachofas.
Y sucedió que los propietarios ya no trabajaron en las haciendas. Hicieron agricultura sobre el papel, y olvidaron la tierra, su olor, el tacto de la tierra, y sólo recordaron que la poseían; recordaron solamente lo que ganaron o perdieron por ella. Y algunas de las haciendas se hicieron tan grandes, que un solo hombre no podía ya concebirlas; tan grandes, que se necesitó un ejército de contadores para llevar la cuenta de sus utilidades o de sus pérdidas; químicos para hacer pruebas de la tierra y realimentarla; capataces que cuidasen de que los hombres inclinados sobre el suelo se arrastrasen por entre las hileras de las plantas con toda la rapidez posible para su material humano. Y entonces dicho agricultor se convirtió de verdad en almacenista. Pagaba a los hombres, les vendía alimentos y volvía a recibir el dinero. Y después de algún tiempo ya ni siquiera pagó a los trabajadores. Las haciendas vendían alimentos a crédito. Un hombre podía trabajar y alimentarse; pero cuando terminaba el trabajo descubría que debía dinero a la compañía. Y los propietarios no sólo no trabajaron ya en las haciendas; muchos de ellos ni conocían las haciendas que poseían.
Y entonces los desposeídos fueron empujados hacia el Oeste...”
(pag. 360):
“...yo tengo hambre. Trabajaré por quince centavos . Por la comida. Los niños. Debería usted verlos...
Y esto era conveniente, porque bajaban los salarios y se mantenía el precio. Los grandes propietarios estaban contentos y repartían más prospectos para atraer más gente. Los salarios bajaban y los precios se mantenían al mismo nivel.
Entonces los grandes propietarios y compañías inventaron un nuevo método9. Un gran propietario compró una fábrica de conservas. Y cuando los duraznos y las peras estuvieron maduros, hizo bajar el precio de la fruta a menos del costo de cultivo. Y, en su calidad de dueño de una fábrica de conservas, se pagó a sí mismo un bajo precio por la fruta y mantuvo el precio de las conservas y así obtuvo la utilidad. Y los pequeños agricultores que no tenían fábricas de conservas perdieron sus granjas, que fueron absorbidas por los grandes propietarios, por los Bancos y por las Compañías que poseían también fábricas de conservas. Al pasar el tiempo, hubo menos granjas. Los pequeños agricultores se trasladaron al principio a los pueblos hasta que agotaron su crédito, la ayuda de sus amigos y de sus parientes. Y entonces ellos también salieron a las carreteras. Los caminos se poblaron de hombres codiciosos por un trabajo, capaces de asesinar por conseguir trabajo.
Y las Compañías y los Bancos fueron labrando su propia ruina, aunque sin darse cuenta. Los campos eran fértiles, y por los caminos marchaban hombres hambrientos. Los graneros estaban llenos, y los hijos de los pobres crecían raquíticos... Las grandes Compañías ignoraban que es muy delgada la línea que separa al hambres y a la ira. Y el dinero que pudo haberse pagado en jornales se gastó en gases venenosos, armas, agentes y espías, en listas negras, en instrucción militar. En las carreteras los seres errantes se arrastraban como hormigas en busca de trabajo, de pan. Y la ira comenzó a fermentar...”
(pag. 440):
“...Los pequeños agricultores vieron cómo las deudas iban creciendo como la marea. Pulverizaron los árboles y no vendieron la cosecha, injertaron y podaron y no pudieron recoger la fruta. Y los hombres de ciencia habían trabajado, pensado, y la fruta se está pudriendo en el suelo, y el vino de las tinajas envenena el aire. Pruebe el vino..., no tiene el menor sabor a uva, sino a sulfuros, ácido tánico y alcohol.
El próximo año este pequeño huerto será una parte de un gran conjunto, pues ladeuda habrá ahogado al propietario.
La viña pertenecerá al Banco. Sólo los grandes propietarios pueden sobrevivir, porque también poseen las fábricas de conservas...
...El trabajo en las raíces y en las viñas, en los árboles, ha de ser destruido para mantener el precio, y esto es lo más amargo, lo más doloroso de todo. Carretadas de naranjas arrojadas a la basura. La gente recorrió millas para recoger esa fruta, pero no pudo ser... Y los hombres descubren que la fruta ha sido rociada con petróleo. Un millón de seres hambrientos, que necesitan la fruta..., y las montañas de oro regadas de petróleo...
En los barcos se quema el café como combustible. Se quema el maíz para lograr calor. Se arrojan patatas a los ríos y se colocan guardias en las orillas para que la gente hambrienta no pueda sacarlas...
Éste es un crimen que no tiene nombre...”

Las uvas de la ira. John Steinbeck. Ed. Planeta (sexta edición en España). Barcelona (1965)