jueves, 29 de diciembre de 2011

“La magia de leer”

“La magia de leer”, José Antonio Marina y María de la Válgoma. Ed. Plaza y Janés. Barcelona (2005).

(pag. 20):
Los antiguos tratadistas definían la retórica como “el modo de despertar las emociones mediante las palabras”.
(pag. 22):
Los sumerios llamaban “ordenadores del universo” a los que catalogaban las bibliotecas. Podía guardarse el mundo entero en las estanterías. O viajar con él, como hacía en el siglo X, en Persia, el visir al-Sahib ibn Abad al-Qasim Ismail, que viajaba por el desierto con su colección de 117.000 volúmenes, transportados por cuatrocientos camellos adiestrados para caminar en orden alfabético.
(pag. 62-64):
La cultura es la experiencia de la humanidad. No es sólo el acervo de sus conocimientos, la magnífica tesorería de sus creaciones. Es, ante todo, la experiencia ancestral que el hombre ha adquirido sobre sí mismo. La libertad es una creación cultural transmitida a través del lenguaje… La psicología infantil nos lo enseña. Durante los primeros años, el niño va aprendiendo su autonomía obedeciendo a su madre…
El niño aprende así a unificar su conducta, a dirigir y controlar sus comportamientos de acuerdo con las órdenes transmitidas por el lenguaje. Se convierte en el yo ejecutor. Le falta dar el último salto, que le convertirá en autor de su propio papel, y en ese tránsito también le ayudará el lenguaje…
Por último, el lenguaje es la gran herramienta que nos permite controlar nuestra conducta, es el fundamento de la libertad. Los neurólogos saben que los niños impulsivos, que tienen dificultades para controlar su comportamiento, suelen tener alguna carencia lingüística. De hecho, suele faltarles el habla interior que actúa como mediadora entre el impulso y la acción…
…Durante siglos se pensó que los niños sordos, mudos y ciegos eran también locos furiosos, porque padecían ataques de furia incontrolable. Una de estas pobres criaturas –una niña llamada Marie Heurtin- fue depositada en un convento de monjas, donde sor Margarita, una monja perspicaz y paciente, se empeñó en enseñarle el significado de los signos. Cuando la niña comprendió que al hacer un gesto determinado podía expresar sus deseos y era comprendida se produjo un milagroso cambio en todo su dinamismo mental. Pudo, entre otras cosas, controlar su propio comportamiento. Se acabaron los ataques de furia que no eran otra cosa que la desesperación frenética de no poder comunicarse ni con los demás ni con ella misma.

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